18.9.10

El sufrimiento a examen

19 de octubre de 2010
Domingo 25º de Tiempo Ordinario. Año C.

¿Dónde nos situamos hoy con respecto al sufrimiento? ¿Estás llamado a un ministerio de sanación o de justicia profética, o ambas cosas?

Son unas descripciones muy gráficas: una ciudad en ruinas; aves rapiñando su cena entre los cadáveres del pueblo de Dios; sangre derramada como agua alrededor de la ciudad santa. No queda nadie, ni para enterrar siquiera a las víctimas.

Abandonados sin ungüento sanador, no hay médicos en los lugares santos, un plañidero está deseando sollozar: "¡Ojalá fueran mis ojos como un manantial, como un torrente de lágrimas, para llorar día y noche por los muertos de mi pueblo!" (Jeremías 9: 1).

Estas imágenes del Salmo 79 y del profeta Jeremías captan nuestra atención. Presentan con fuerza el infortunio de Israel ante nuestro ojos, nos hacen pararnos y mirar fijamente. La Biblia no pasa de largo ante el sufrimiento humano. Con frecuencia, señala el sufrimiento y toma asiento con él, llamándonos a identificar nuestra propia relación con aquellos que sufren. Algunas veces nuestra decisión más importante en la interpretación bíblica estriba en decidir quienes somos -dónde estamos en el pasaje- y donde nos situamos con relación al texto.

¿Dónde se encuentra el sufrimiento a tu alrededor? ¿Cómo te relacionas con él?

Tanto el salmista como el profeta se duelen junto con su pueblo -el pueblo de Dios-, los israelitas. Haciendo frente a la devastación de su sociedad, la destrucción de su ciudad santa, imploran la intervención divina. El profeta y el salmista se identifican entre los supervivientes, cuando sobrevivir parece a duras penas una suerte. Ellos se sitúan en medio el pueblo de Israel.

Las preguntas que plantean también expresan su identificación con el pueblo de Dios sufriente. Su preguntas desafían a Dios que permite, quizá causa, la devastación de Jerusalén: "Oh Señor, ¿hasta cuándo estarás enojado? ¿Arderá siempre tu enojo como el fuego? (Salmo 79: 5). "¿Ya no está el Señor en Sión?" (Jeremías 8: 19). "¿No habrá algún remedio en Galaad? ¿No habrá allí nadie que lo cure? ¿Por qué no puede sanar mi pueblo?" (Jeremías 8: 22). Estas preguntas parecen plegarias de acusación a un Dios casi ausente.

¿Has acusado alguna vez a Dios de causar el sufrimiento humano? Si ha sido así, ¿has expresado tu enfado con Dios?

En Amós 8: 4-7, otro profeta ve las cosas de modo diferente. Un judío, Amós, está predicando al "otro" pueblo de Israel. Situándose frente a -no con- ellos, Amós emplea otras imágenes; plantea otras preguntas. Pisoteando a los necesitados, adulterando pesos y medidas, adquiriendo como esclavos a los pobres para saldar sus deudas, a los necesitados por un par de sandalias, estas imágenes no acusan a Dios sino a los ricos de Israel. Cuando Amós da voz a las preguntas del pueblo, no desafía con ellas a Dios, más bien acusa a los ricos: "¿Cuándo pasará la fiesta de la luna nueva, para que podamos vender el trigo? ¿Cuándo pasará el sábado, para que vendamos el grano a precios altos y usando medidas con trampa y pesas falsas?" (Amos 8: 5). Amós se identifica frente al pueblo.

¿De qué manera nos identificamos con el profeta Amós? ¿De qué manera nos identificamos con los ricos?

Para los predicadores, maestros o líderes de hoy, saber dónde situarse representa un desafío urgente. ¿Nos unimos a la voz del salmista y de Jeremías, situándonos junto a las víctimas de la violencia y la opresión? ¿Nos encontramos junto a Amós, condenando a los agentes de la opresión quienes -persiguiendo riqueza y poder- trituran los huesos de los pobres para hacer su propio pan? ¿O somos ricos en busca de privilegios, ignorando el sufrimiento de los demás? Cuando proclamamos la palabra de Dios para hoy, debemos examinar las imágenes y las preguntas más apropiadas al lugar en el que plantamos nuestros pies.

Como pasa con las imágenes sacadas hoy de nuestras vidas, las opciones abundan: un soldado herido tratando de construir una nueva vida o, por el otro lado, un iraquí con varios lechos vacíos en casa. Una pobre mujer que va con su cáncer a trabajar cada día, un cáncer que habría sido detectado si hubiese recibido atención médica. Una estudiante solitaria tratando de encontrar a una persona a quien poder confiar quién es ella verdaderamente. Situarse junto a estas víctimas implica entablar batalla con las miles de formas con que nos victimizamos los unos a los otros. Esa es una decisión que nos intimida por sí misma.

Uno de los pasajes más difíciles de interpretar de toda la Biblia, la parábola del administrador infiel (Lucas 16, 1-13), también plantea la cuestión de la identidad. La parábola carece de héroe, y no está de todo claro por qué Jesús alaba al administrador. (Tiempo atrás un experto sugirió que parecía como si Lucas hubiera tomado notas de cuatro sermones distintos y los hubiera hilvanado al final del relato de Jesús). Al comienzo de la historia, el administrador se sitúa entre el hombre acaudalado y los empobrecidos campesinos arrendatarios. Se identifica con el hombre rico que provee el recibo de la harina del administrador. El administrador no es inocente. Sin embargo, cuando el administrador se encuentra con que su posición le ha sido arrebatada, tiene que buscar un nuevo sitio en el que colocarse. No va a prestar su lealtad por más tiempo al hombre acaudalado que no le desea ningún bien. Así que se una a los pobres, a los deudores que no tienen ni tan si quiera la esperanza de satisfacer sus obligaciones. ¿Podría ser que la sabiduría del administrador residiera en la elección de identificarse a sí mismo entre las víctimas y los desposeídos? Todo es cuestión con quién y cómo nos identificamos.

¿Con quién nos identificamos usualmente -con quienes son ricos, con quienes son pobres, con los poderosos o con los débiles? ¿Cómo nos identificamos a nosotros a la luz de estas escrituras?

Oración inclusiva

Santo Dios,
Es tan fácil nombrar los sufrimientos de la vida
-mi dolor, el dolor de mi prójimo, el dolor del mundo.
¿Ves nuestro sufrimiento? ¿Sientes nuestro dolor?
Ayúdanos a identificar el sufrimiento, poner nombre al dolor
y volvernos hacia ti.
Te pedimos que hagas milagros -cura el dolor y aparta el sufrimiento.
E incluso si no lo haces, ven a nosotros.
Oye el llanto del mundo. Ven a nosotros.
Amén.