24 de abril de 2011
Domingo de Pascua. Año A.
Este Domingo de Pascua nos recuerda nuestra misión de crear espacios a los que todas las personas puedan pertenecer y en los que puedan ser restauradas. Parte de la resurrección es ver y reconocer el dolor de otras personas, con la esperanza de restaurarlas a la plena membresía en la comunidad, que las ama y las acoge.
Atemperar la necesidad humana de pertenencia a una comunidad, con la profunda pena de haber sido rechazados o exiliados por la propia comunidad a la que deseas pertenecer, es un problema social de gran relevancia en la comunidad LGBT. Los pasajes bíblicos están repletos de peticiones de inversión de roles, promesas de restauración y excluidos a quienes se les hace sentir acogidos a la mesa del banquete. Los antropólogos sociales mencionan un fenómeno similar que describen como estatus social "incluido/excluido".
¿Quiénes son los incluidos/excluidos en nuestra comunidad? ¿Cómo podemos cambiar esos roles o eliminarlos totalmente?
En Mateo 28:1-10 y Juan 20:1-18, se nos cuenta el encuentro de María Magdalena con el Cristo resucitado. Lo distintivo del pasaje del evangelio de Juan, es que María está llorando sola. Ella llora porque ve que la piedra ha sido removida de la tumba por alguien. Imagina, si quieres, qué fue lo que Jesús hizo por María Magdalena. Sin importar qué creas que pueda haber sido socialmente inapropiado en María Magdalena; su encuentro con Jesús cambió su estatus social de excluida a incluida. Y ella lo amó incondicionalmente.
En las narraciones del evangelio el llanto de María por Jesús se exhibe plenamente. Ella fue testigo de que Jesús sufrió una muerte cruel, despiadada y agónica. Todo lo que ella puede hacer por el ahora es cuidar de su cuerpo. Imagina su angustia cuando llega a la tumba y ve que ha sido perturbada. Ella busca el consuelo de los otros discípulos. Entonces ¿por qué no se lo dan? ¿Por qué no reconocen Pedro y el otro discípulo su aflicción? ¿Por qué dejan a María llorando fuera de la tumba? De nuevo, María llora sola. Pero es bastante interesante que María pueda ver cosas que los discípulos varones, al parecer, no pudieron: dos ángeles. Y entonces ella ve al Cristo resucitado.
¿Somos culpables de dejar pasar o de no reconocer el dolor de alguien, como los discípulos hicieron con María?
En Jeremías 31:1-6, Dios hace una alianza con el pueblo de Israel por la que pertenecerán siempre a Dios. El Santo consuela a Israel con la promesa de restaurar la suerte de Israel y Judá, y devolverlos a la tierra que una vez poseyeron. Dicha restauración incluirá la construcción de la comunidad (verso 1), reedificación de la ciudad (verso 4) y abundancia agrícola (verso 5). En otras palabras, el pueblo de Israel tendrá siempre estatus de incluido para Dios, igual que María Magdalena tiene un estatus de incluida para Jesús porque ella lo vio vivo antes que ningún otro.
Encontramos reforzada la idea de la promesa de Jesús de contacto y consuelo en Hechos 10:34-43, donde se ilustra el tema de la liberación, cuando Pedro predica su último sermón evangelizador. Pedro comienza proclamando que "En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia" (verso 34 y 35). Respecto al amor y la salvación Dios no practica acepción de raza, género, orientación sexual, profesión ni de ningún estatus. El particular estatus o característica de alguien, dentro de la diversa gama de la propia creación de Dios, no puede impedir a nadie el amor de Cristo. Sin embargo, los interrogantes que nos quedan son "¿qué es lo justo?" y "¿quién es aceptable para Jesucristo?"
¿Qué estamos haciendo en nuestras iglesias para dar a los hermanos y hermanas LGBT un sentido similar de pertenencia y restauración?
Las preguntas a estos interrogantes pueden ser encontradas si buscamos a Dios, particularmente, en nuestros propios lugares privados de confrontación -esos espacios donde nos juzgamos a nosotros mismos pecadores, donde los seres humanos compañeros nuestros comprueban nuestra condición pecadora y, más importante, donde somos confrontados por Dios. En esos lugares donde experimentamos dolor agudo, alienación o vergüenza, Cristo promete salir a nuestro encuentro. Si sacamos provecho de Cristo y de la generosidad de su amor, nos agarramos a la promesa de la advertencia que Pedro expresa cuando nos dice "que todos los que en él [Jesucristo] creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre" (v. 43). Consideradas y experimentadas todas las cosas, es creer en Jesús lo que finalmente importa. Todos lo pasajes de la Pascua para esta semana se hacen eco de la llamada a la pertenencia y a la restauración.
Oración inclusiva
Dios del Resucitado,
perdónanos por las veces en que hemos ignorado
a quienes están heridos entre nosotros.
Perdónanos cuando somos quienes los herimos.
Perdónanos cuando somos los indiferentes entre ellos.
Ayúdanos a ver a quienes no vemos. Ayúdanos a sentir su dolor.
Danos la fuerza para luchar por los derechos de todos
a pertenecer a nuestra comunidad.
Danos la fuerza para gritar y usar nuestra voz
por quienes que entre nosotros no tienen voz.
Que seamos agentes de tu vida resucitada:
buscando oír, ver, sentir e incluir
a aquellos a quienes hemos ignorado.
Que asumamos este día como el comienzo de un nuevo tiempo,
en la vida de esta comunidad.
En el nombre de Jesucristo, nuestra Resurrección y nuestra Paz. Amén.