29.8.10

El amor mutuo transforma

29 de agosto de 2010 
Domingo 22º de Tiempo Ordinario. Año C.

Nuestras adicciones al poder, a los privilegio y al estatus social son volteadas por el poder del amor mutuo -el poder de Dios con nosotros.

"El comienzo del orgullo es el pecado" dice Eclesiástico 10: 12, y esto es lo que los cristianos también dicen con frecuencia. Pero Marti Steussy se pregunta, "¿Es el orgullo siempre algo malo?" Aquellos de entre nosotros etiquetados como "defectuosos", frecuentemente sacamos fuerzas de las celebraciones del orgullo LGTB. Estas son ocasiones en las que nos cedemos unos a otros el puesto de honor: "Amigo, pásate a este sitio de más categoría" en medio de un entorno cultural que nos mantendría, como mucho, en "el último lugar" (Lucas 14: 15).

El orgullo parece más un problema para aquellos que disfrutan ya de un privilegio. Y cuando oímos algunas de las lecturas de esta semana, hablando de cómo Dios pone en el trono a los humildes en lugar de los poderosos acomodados (Eclesiástico 10: 14), podemos sentir que la justicia está siendo servida finalmente. Pero Charles Allen señala que darle la vuelta las mesas, o cambiar los lugares, no puede ser la última palabra. Si no prestamos atención al modo sistémico en que algunos de nosotros somos situados en los márgenes, permanecemos adictos a un sistema que siempre degrada a alguien. También se nos habla de un poder que deshace este ciclo adictivo con la celebración del amor mutuo, el cual hemos llegado a creer que es la auténtica naturaleza de Dios. Cuando la búsqueda de estatus da paso a la mutualidad, encontramos aún más motivos para "decir con confianza: ‘El Señor es mi ayuda, no temeré. ¿Qué me puede hacer el hombre?'" (Hebreos 13: 6).

¿Es ‘orgullo' para ti una palabra mala? ¿Podemos sentirnos orgullosos sin degradar a algún otro? ¿Qué lenguaje usarías para celebrar la bondad inconmensurable, a los ojos de Dios, de ser tú mismo y ningún otro?

Lucas 14: 7-14 parece al principio una pieza de sabiduría común (ver consejo similar en Proverbios 25: 6-7): evitar situaciones embarazosas dejando que sea tu anfitrión quien te dé asiento; invitar al pobre a tu mesa y ganar puntos para la resurrección. Marti Steussy se pregunta si no habrá aquí algo más que eso. ¿Será tratar de imaginar una sociedad donde las personas sean valoradas por algo más que por los favores que pueden devolver? La respuesta, sugiere Charles Allen, yace en la forma como este pasaje encaja en el patrón del evangelio de Lucas y la forma del ministerio de Jesús: ‘ganamos' nuestras vidas dejándolas entrar en la vida común de Dios y nuestra ‘recompensa' es una vida renovada liberada de las adicciones al poder, a los privilegios o al estatus social, no algo que podamos depositar en una cuenta bancaria o colgar en nuestras paredes.

¿A quién invitas a tus reuniones -a personas que puedan garantizarte pasar un buen rato? ¿Qué ganancia puedes obtener de pasar el tiempo con personas que no te despiertan el menor interés?

Helene Russell encuentra el esbozo de dicha vida común, una vida de reciprocidad, en Hebreos 13. El escritor imagina una comunidad donde forasteros y prisioneros son acogidos y recordados, cuyos miembros están deseosos y alegres de compartir lo que tienen. Mientras algunos podrían leer "Que todos respete el matrimonio" como un rechazo de los matrimonios del mismo sexo (Hebreos 13: 4), Marti Steussy sugiere que esta recomendación trata sobre cómo la comunidad reconoce y provee un marco de apoyo para las relaciones íntimas. El amor mutuo incluye respetar los lazos apropiados en los que la intimidad está implicada. Charles Allen relaciona esta práctica de amor mutuo con nada menos que con practicar la presencia de Dios. El fundamento para esta práctica es la promesa de Dios, "Nunca te dejaré ni te abandonaré" (Hebreos 13: 5).

¿Te suena verdadera la promesa de Dios de no dejarnos? ¿Hay momentos en los que te cuestionas esto? ¿Cuándo has sentido la presencia de Dios? ¿Cuándo has sentido la ausencia de Dios -y qué te sostuvo?

Puede que Dios prometa no abandonarnos, pero Jeremías 2: 4-13 retrata la consternación de Dios al ser abandonado por su pueblo. Dios aparece como el superviviente irritado de un matrimonio fracasado con Israel y de un matrimonio a punto de fracasar con Judá. Dios pregunta en el verso 5 "¿Qué de malo encontraron en mí (...)?"

¡En este pasaje y en los de alrededor, el género del cónyuge de Dios fluctúa entre masculino y femenino! Siguiendo la guía de Kathleen O'Connor en The New Interpreter's Study Bible (Abingdon Press, 2003, p. 1059), Charles Allen señala que Jeremías puede estar usando la figura de la mujer infiel para avergonzar a los lectores masculinos. Es una opción peligrosa que puede perpetuar el patriarcado y el abuso conyugal. Pero sea cual sea el propósito retórico y sus riesgos, ¡si el cónyuge de Dios anda mudando géneros, esto no hace a Dios parecer muy heterosexual!

Helene Russell ve una conexión entre el rechazo de Dios por parte de Israel, la fuente de agua viva (verso 13), y la ‘arrogancia' que los otros textos denuncian. El pueblo rechaza a Dios, no por otro dios, sino por ningún dios, ¡y punto! (verso 11). Ellos rechazan el agua viva, observa Marti Steussy, a cambio de excavar cisternas agujereadas.

¿Cuándo aquellos que amas te ignoran, cómo te sientes, cómo respondes? ¿Puedes dar nombre a tu propio dolor o enfado? ¿Puedes mantener la puerta abierta a la reconciliación?

El Salmo 81 imagina a Dios, de manera desconcertante, a la vez como una madre que amamanta y como un guerrero castigador. Marti Steussy pregunta: "¿Por qué no podemos imaginarnos cómo Dios nos ama, sin que tenga que odiar a otro?" Como Jeremías, el salmista describe a Dios anhelando que Israel le dejen ser su cuidador y protector. Pero la protección se entiende como violencia hacia los de fuera. "¿Qué me puede hacer el hombre?" (Hebreos 13: 6) se convierte, en efecto, en "Esto es lo que Dios les hará".

El Salmo 112 se aproxima más al ánimo de "¿Qué me puede hacer el hombre?" El salmista se deleita en el fracaso de los enemigos, pero parece que es su propio enojo el causante de su desgracia (verso 10). En gran medida, aunque este salmo está emparejado con las advertencias del Eclesiástico contra el orgullo, es de hecho de su propia celebración del orgullo de lo que el pueblo de Dios puede sacar ánimos. Pero de nuevo, celebraciones como estas pueden ser adictivas y opresivas, si no están modeladas por el amor mutuo de la vida común de Dios.

Oración inclusiva

Dios de la gracia,
tú nos sales al encuentro,
tú nos sostienes y nos desafías en nuestra vida junto a otros;
transforma nuestras relaciones,
para que el amor mutuo continúe
hasta que seamos recibidos en el alto puesto
que has reservado para todas tus hijas e hijos,
por tu Palabra y tu Espíritu.
Amén.