25.6.11

De la violencia a la paz, de la exclusión a la hospitalidad

26 de junio de 2011
Domingo 2º después de Pentecostés. Año A.

Génesis 22:1-14 o Jeremías 28:5-9
Salmo 13 o Salmo 89:1-4,15-18
Romanos 6:12-23
Mateo 10:40-42


Esta semana nos encontramos con mandatos y profecías aterradores de los patriarcas, profetas y apóstoles. Se le pide a Abraham que sacrifique a Isaac, la auténtica personificación de la promesa de Dios de un gran linaje. Jeremías recuerda a quienes profetizaron guerra, hambre y peste. Pablo señala que vamos de la esclavitud del pecado a la esclavitud de la justicia. En cada caso, las duras palabras dejan paso a la promesa: Isaac es preservado, el verdadero profeta habla de paz, el discipulado es redefinido como libertad.


Esta semana descubrimos que la Palabra de Dios, palabras que nutren y confieren poder, no es siempre lo mismo que el texto leído palabra-por-palabra de la Biblia. ¿Dónde está la Palabra de Dios en medio de tantas palabras en la Biblia?


Pablo, en Romanos 6:12-23, si asomo de duda, cuenta con la metáfora de la esclavitud para expresar la relación entre el discípulo obediente y su divino Señor. Por supuesto, la esclavitud no es relevante hoy en día. La esclavitud era simplemente una de la instituciones que "fue" y así sirve bien su propósito de describir la conversión del corazón en aquellos que se hallan volviéndose a Dios tal como es conocido a través del Crucificado: "aunque antes erais esclavos del pecado, ya os habéis sometido de corazón a la enseñanza que os fue transmitida. En efecto, habiendo sido liberados del pecado, ahora sois esclavos de la justicia" (verso 17-18).

Sin embargo, al seguir adelante, Pablo nos hace saber que esa analogía no es necesariamente la última palabra: "Hablo en términos humanos, por las limitaciones de vuestra naturaleza humana" (verso 19). Y así, ¿no seremos libres de cambiar la metáfora, para encontrar palabras más adecuadas para describir nuestra relación con Aquel cuyo verdadero nombre es Amor? Aunque la esclavitud todavía existe, la posesión de un ser humano por otro no se puede justificar por más tiempo. La fe que se reduce a la obediencia a un poder tiránico, es igualmente inadecuada como una descripción de la buena noticia del Evangelio.


Hemos descartado tanto la institución de la esclavitud como su utilidad como metáfora para describir la vida de fe. ¿No podemos también dejar atrás las historias que han sido usadas para condenar el amor homosexual, estando atentos, en cambio, a una palabra de libertad?


En Génesis 22:1-14, Abraham oye una voz que detiene su mano y la trayectoria del cuchillo: "No pongas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas ningún daño" (verso 12). ¿Se arrepiente Dios de su mandato? ¿Pasó Abraham la prueba o la falló? ¿Podrían las palabras puestas en boca de un ángel masculino ser el llanto de Sara, madre de Isaac, que se rio de la noticia de que daría a luz un hijo en su ancianidad, un hijo ahora atado sobre un altar?


Muchos hijos e hijas LGBT han sido sacrificados sobre el altar de la así llamada obediencia a Dios, a la autoridad de la iglesia, al ídolo de los "valores familiares". Bien se les haya dicho que esta es la mejor manera de proceder con un hijo que ha salido del armario, bien simplemente hayan absorbido el mensaje mortífero de que ser queer es estar condenado, muchos padres sometes a sus hijos a dolorosas terapias reparativas o los rechazan si más. Incluso estando enrizados en una preocupación sincera tanto por la felicidad en esta vida como por la salvación en la venidera, tal obediencia no es fidelidad. Sara y Abraham están, después de todo, en una arriesgada pero gratificante estancia dentro de un territorio desconocido -una tierra prometida hacia la que Dios les está guiando. Ellos dejan todo atrás, para correr el riesgo de ver si las promesas de Dios son ciertas. Esta historia no va de conservar las cosas tal como siempre han sido, sino de emprender el camino hacia un mal definido pero estimulante futuro. "No le hagas ningún daño" (verso 12), dice todavía el ángel. Y, podríamos añadir, "Ven conmigo a una tierra que Dios provee, donde los vulnerables son protegidos, donde el cuchillo del sacrificio es apartado".


Una imagen adicional del futuro prometido de Dios puede estar contenida en el Salmo 13. ¿Es Isaac quien grita? ¿Es este el que está atado al altar de unas convenciones o de una moralidad construidas con estrechez (incluso así llamadas obediencia fiel), el que siente como si Dios estuviera escondiendo su divino rostro, y sin embargo el que continúa confiando? ¿No es este el salvado, el que se regocija cuando lo abraza el amor de Dios, el que canta los copiosos dones de Dios de vida y amor?


¿A qué o a quién estás sacrificando -tanto condenando, como matando o abandonando- en el nombre de la obediencia, cuando el ángel clama "no dañes a este"?


Jeremías 28: 5-9 nos desafía a discernir las bien-acogidas-pero-falsas profecías de la palabra divina dura-pero-cierta. El profeta Jananías predice paz y retorno -aunque el conflicto, la alienación y el exilio definen la realidad de aquellos a quienes habla. En nuestros días, las enfermedades causan estragos, el hambre barre el mundo, guerra y rumores de guerra se escuchan en cada esquina. Tanto en tiempos de Jeremías como en los nuestros, debemos atender más de cerca la palabra que viene de Dios. En este pasaje, Jeremías critica a Jananías por profetizar incorrectamente, por promover la paz y la restauración del pueblo. Jeremías está convencido de que tales promesas son falsas. Jananías, se podría decir, predica una palabra más fácil, una palabra que los cortesanos de Sedequías sin duda ansiaban oír, una palabra nacionalista, una palabra en su propio interés y en el de su  pueblo. Pero según Jeremías, esta palabra es engañosa -un término que no usa aquí, pero que es muy efectiva en otros lugares (por ejemplo 7:4). La palabra de paz debe esperar.


Para Jeremías, y también quizá para nosotros, este es un momento en el que se nos invita a no hacer la vista gorda ante el conflicto, sino en su lugar a examinar los signos de los tiempos para que la palabra de paz, la palabra de shalom, que ansiamos oír, ansiamos proclamar, pueda hacerse realidad.


El Salmo 89:1-4,15-18 ofrece una verdad más profunda, asegurándonos la fidelidad y la paz de la alianza de Dios habitando entre nosotros. El amor de Dios es inquebrantable. No hay que dudar de la fidelidad de Dios. Sin importar si, como parece que sucede con Jeremías, sólo conozcamos que la promesa de paz es segura cuando se haga realidad. Con el salmista podemos caminar a la luz de la promesa de Dios y unirnos al grito de júbilo de que ¡Dios nos conduce a casa!


¿Dónde oyes una palabra de esperanza que puede sostener la fe cuando sientes lejos de casa? ¿Qué palabra de esperanza tienes para sostener a otros que pueden encontrarse al límite de la desesperación?


Mateo 10:40-42 sitúa la responsabilidad de la hospitalidad de vuelta en nuestras propias manos. Debemos acoger al profeta en nombre de un profeta, al justo en nombre de la justicia, a los pequeños que están sedientos en nombre de los discípulos. Por supuesto, nos debemos permitir recibir hospitalidad -para ser acogidos y, de ese modo, representar a Cristo para aquellos que nos ofrecen un lugar a la mesa y una copa de refresco. Dios no nos aparta sino que espera ser acogido. La palabra de exclusión da paso a la palabra de acogida -la palabra de violencia a la palabra de paz y la palabra de sumisión a la palabra de libertad.


¿Qué agua, qué palabra de acogida, tienes que ofrecer a quienes permanecen sedientos de un abrazo de amor y esperanza?


Oración inclusiva


Santo en quien solo confiamos,
Tú que no te deleitas con la sangre de los hijos sacrificados,
Tú que no te complaces cuando los padres rechazan o
tratan de "enmendar" a sus hijas e hijos LGBT,
Tú que pides que nunca digamos: "no te necesito",
a otro miembro del Único Cuerpo,
Tú a quien acogemos cuando no ignoramos la sed de los agostados
en los desiertos de la alienación,
Tú que nos confías tu obra de reconciliación, hospitalidad y sanación,
procúranos en este día gracia, libertad, poder y esperanza,
para que podamos comunicar tu acogida a todos,
en el nombre de Aquel que dijo "venid a mí y yo os daré reposo",
amén.