Domingo 30º de Tiempo Ordinario. Año C.
Muchas personas confunden el estatus social con la bendición -o la carencia de ella-, como un indicador de la relación personal con Dios. La verdad es, sin embargo, que no hay favoritos cuando se trata de la iniciativa y la justicia divina. Todas las personas, sin tener en cuenta el estatus o la clase social, son parte del pueblo de Dios.
La lectura del evangelio de hoy parece fácil de entender a primera vista. La parábola del fariseo y del recaudador de impuestos en Lucas 18: 9-14, es una de las favoritas para aquellos que quieren reprender a otros su pretensión de superioridad moral. Sin embargo, esta parábola trata de algo más que de quién debería ser humillado y quién debería ser exaltado. Incrustada en esta historia está la enseñanza, frecuentemente pasada por alto, de cómo estar en una relación auténtica con Dios.
El fariseo descrito en la parábola no podía ser más diferente del recaudador de impuestos. Es un individuo profundamente religioso, que se ha comprometido con las prácticas de su fe. Debemos tener en cuenta aquí que el judaísmo, a diferencia de algunas comprensiones del cristianismo, es una religión de observancia amorosa. Cumpliendo prácticas específicas, uno expresa la intención de su corazón y su fidelidad. En el judaísmo, tres prácticas eran (y son) consideradas de importancia central: ayuno, limosna y oración. Por esto es por lo que el fariseo pone tanto énfasis en ellas: "Ayuno dos veces por semana; doy el diezmo de todos mis ingresos" (Lucas 18: 12). Nótese que habla de ayuno y de limosna mientras está orando. Para él tiene sentido, puesto que hace lo que se espera de una existencia fiel, considerarse a sí mismo justo o justificado.
¿Cuál es la función de la Biblia en tu vida? ¿Es una historia de nuestra fe, una guía de cómo vivir y amar, o significa alguna otra cosa para ti?
La idea de justicia en el Nuevo Testamento, señala a la relación entre el individuo y Dios. Cuando una persona es designada como justa, significa que mantiene una correcta relación con Dios. La manera de entender esta relación tiene diferentes variantes en el Nuevo Testamento, pero en cualquier caso, los autores sostienen que Dios inicia esta relación. Lo mismo vale para el judaísmo. Las prácticas descritas en este pasaje, pues, son respuestas a la gracia de Dios, no un prerrequisito para la misma. En este caso, el fariseo era justo -estaba en una relación correcta con Dios- antes de practicar ninguna de las acciones descritas arriba.
¿Cómo podemos responder a la gracia de Dios con agradecimiento y no con codicia, es decir, con la esperanza de ser exaltado o de obtener algo a cambio?
El problema de la oración del fariseo aparece en 18: 11: "Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás: ladrones, malvados y adúlteros. Ni tampoco soy como ese cobrador de impuestos". Esta oración suena similar a otras encontradas en la literatura rabínica. No deberíamos pensar, sin embargo, que los judíos creen que son superiores a cualquier otro. Agradecer a Dios una posición social favorable, no implica necesariamente un sentido de superioridad sobre los demás, refiriéndose a ellos con desprecio (18: 9). Realmente, los judíos creen que las circunstancias favorables proporcionan al individuo una oportunidad de asistir a quienes son menos afortunados -bendecidos para ser bendición. El fariseo confunde en este pasaje sus circunstancias con un sistema de castas divinamente ordenado. En su mente, la gente devota como él mismo son parte de la "camarilla" de Dios, mientras que todos los demás son excluidos. En otras palabras, el sorprendente asunto que encontramos en esta parábola es la inclusión. Nótese que el fariseo se pone aparte cuando ora (Lucas 18: 11). Se separa físicamente de los demás porque se cree mejor que ellos. ¿Cuántas veces, las personas LGTB han tenido que lidiar con este exclusivismo santurrón de otros creyentes? Los ecos de dicha exclusión se pueden oír también en el discurso de despedida de Pablo en 2 Timoteo 4: 6-8, 16-18. Sin embargo, podemos estar un poco más en sintonía con Pablo cuando relata sus propias experiencias de dificultad, rechazo y oposición. Sin embargo, no olvidemos que hasta Pablo en el libro de los Hechos se identifica a sí mismo como fariseo e hijo de fariseos (Hechos 23: 6) cuando se enfrenta a sus oponentes, a las autoridades religiosas y a otros fariseos.
En 2 Timoteo, Pablo señala que la "corona de justicia" está reservada para él porque ha peleado la buena batalla. Es fácil señalar con el dedo al que se eleva a sí mismo como "mejor que otros" por haberse esforzado en "buenas prácticas". ¿Qué hay de aquellos que piensan que al final merecen una recompensa, o al menos un reconocimiento divino, por tanto tiempo de sufrimiento y de exclusión? ¿Son más o menos merecedores del favor de Dios a causa de sus actos? Estos textos invitan a lector a mirar más allá del sistema simplista del santo debe/haber, y examina realmente lo que significa la justicia, como una medida de cómo estamos en una relación auténtica con Dios.
¿Qué significa la justicia para ti y para tu comunidad y cómo esta comprensión afecta a otros que no son parte de tu grupo o que no están vinculados directamente al mismo? ¿Cómo expresan quienes están fuera de tu propia comunidad fidelidad a Dios y justicia?
El mensaje esquivo de la parábola de hoy, es que todos nosotros somos parte del grupo de Dios. En tanto que unos necesitan ser humillados y otros enaltecidos, nadie está excluido. Joel 2: 23-32 reconoce explícitamente la justicia como una iniciativa divina que está a disposición de los seres humanos, sin importar su clase, etnia, sexo, orientación sexual, o estatus. En Joel, Dios promete no permitir que el pueblo sea jamás avergonzado e incluye a todo "ser humano" en la comunidad de Dios (Joel 2: 28-29).
Oración inclusiva
Oh, Dios, defensor nuestro,
ábrenos al movimiento de tu Espíritu.
Permítenos vernos a nosotros mismos
y a los que son diferentes de nosotros
como parte de ti y de tu pueblo.
Ayúdanos a crecer en el conocimiento
y la conciencia de tu invitación
a vivir en comunidad contigo
y ayúdanos a desechar el prejuicio, el miedo, el rechazo y el dolor
que nos separa de tu amor sin condiciones y sin límites.
Oh, Dios, escucha nuestra oración.
Amén.